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martes, 30 de julio de 2013

Amor de Pelirroja II: Pippi Calzaslargas

Dicen que Astrid Lindgren se inventó a Pippi contando un cuento improvisado para entretener a su hija enferma. Posteriormente el cuento fue circulando por los amigos de la niña, y finalmente Astrid, convaleciente por una pierna fracturada, terminó el manuscrito en 1945 como regalo de cumpleaños para su hija. Probablemente aquella señora sueca no tenía ni idea de que estaba creando un icono atemporal que haría soñar a los niños de medio mundo con que todo era posible.
Yo crecí con Pippi y sus trenzas rebeldes, su monito y su caballo a lunares, su casa verde y rosa, sus desconcertados amigos y su padre pirata, casi siempre ausente allende los mares. Pippilotta no jugaba con muñecas, cada día se inventaba una aventura en technicolor y sorprendía a todos con las reacciones más inesperadas. No tenía madre, amaba a los animales y creía que podía curar a los niños enfermos de las antípodas vertiendo medicinas por la alcantarilla. La escuela nunca le gustó, igual que no le gustaba tener que comportarse "como una señorita". Ella era la niña más fuerte del mundo, tenía un maleta llena de monedas a la que no daba la menor importancia, y a menudo jugaba con sus amigos a "no pisar el suelo".
A mis treinta y tres años, yo todavía quiero ser como Pippilotta Viktualia Rullgardina Krusmynta Efraimsdotter Langstrump cuando sea "mayor".










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